Tratar los trastornos de personalidad del grupo A y B implica comprender profundamente las formas particulares en que cada persona percibe el mundo, se relaciona con los demás y regula sus emociones. En el caso del grupo A que incluye los trastornos paranoide, esquizoide y esquizotípico, es común que las personas presenten desconfianza, aislamiento o pensamientos extraños, lo que dificulta el vínculo terapéutico. Por eso, es importante construir una relación basada en la confianza, el respeto y la constancia. La terapia cognitivo-conductual puede ayudar a trabajar ideas irracionales o creencias distorsionadas, mientras que la psicoterapia de apoyo brinda contención emocional. 

Por otro lado, los trastornos del grupo B como el antisocial, límite, histriónico y narcisista se caracterizan por emociones intensas, conductas impulsivas y relaciones inestables. Estos pacientes pueden tener actitudes desafiantes o muy demandantes, por lo que el terapeuta debe mantenerse firme, empático y coherente en los límites. Terapias como la dialéctico-conductual (DBT), la centrada en esquemas o la terapia cognitivo-conductual son muy útiles, ya que permiten trabajar la autorregulación emocional, la conciencia de patrones de conducta y el fortalecimiento de habilidades interpersonales.