¿ROMÁNTICOS?
Al reflexionar sobre qué tan románticos nos consideramos y qué estaríamos dispuestos a hacer por amor, resulta inevitable mirar hacia las pasiones intensas del Romanticismo, ese movimiento cultural del siglo XIX que exalta los sentimientos, la subjetividad y la rebeldía frente a las normas establecidas. El Romanticismo no entiende de límites racionales: amar es entregarse completamente, aun si ello conlleva sufrimiento, locura o incluso la muerte. Bajo esa perspectiva, ser romántico no es simplemente regalar flores o escribir cartas dulces, sino sentir con una intensidad que desborda la lógica.
Personalmente, me considero romántico en el sentido más profundo del término. No me basta con el amor superficial o cotidiano; creo en los vínculos que transforman, que sacuden el alma, como los que vivieron personajes como Werther o Efraín y María. Estaría dispuesto a viajar kilómetros solo para ver una sonrisa, a desafiar la opinión de todos si mi corazón lo dicta, a escribir páginas enteras tratando de inmortalizar un sentimiento. Como en el Romanticismo, creo que el amor verdadero debe ser libre, auténtico y, sobre todo, pasional. Sin embargo, ser romántico hoy también implica resistencia. En una época donde prima lo inmediato y lo superficial, sentir profundamente es casi un acto de rebeldía. Por eso, haría por amor aquello que preserve la autenticidad del vínculo: escuchar cuando nadie más lo hace, esperar cuando todos se rinden, luchar cuando parece que no vale la pena. Tal como los románticos enfrentaban la realidad gris con sueños imposibles, yo también elegiría el idealismo frente al cinismo.
Al reflexionar sobre qué tan románticos nos consideramos y qué estaríamos dispuestos a hacer por amor, resulta inevitable mirar hacia las pasiones intensas del Romanticismo, ese movimiento cultural del siglo XIX que exalta los sentimientos, la subjetividad y la rebeldía frente a las normas establecidas. El Romanticismo no entiende de límites racionales: amar es entregarse completamente, aun si ello conlleva sufrimiento, locura o incluso la muerte. Bajo esa perspectiva, ser romántico no es simplemente regalar flores o escribir cartas dulces, sino sentir con una intensidad que desborda la lógica.
Personalmente, me considero romántico en el sentido más profundo del término. No me basta con el amor superficial o cotidiano; creo en los vínculos que transforman, que sacuden el alma, como los que vivieron personajes como Werther o Efraín y María. Estaría dispuesto a viajar kilómetros solo para ver una sonrisa, a desafiar la opinión de todos si mi corazón lo dicta, a escribir páginas enteras tratando de inmortalizar un sentimiento. Como en el Romanticismo, creo que el amor verdadero debe ser libre, auténtico y, sobre todo, pasional. Sin embargo, ser romántico hoy también implica resistencia. En una época donde prima lo inmediato y lo superficial, sentir profundamente es casi un acto de rebeldía. Por eso, haría por amor aquello que preserve la autenticidad del vínculo: escuchar cuando nadie más lo hace, esperar cuando todos se rinden, luchar cuando parece que no vale la pena. Tal como los románticos enfrentaban la realidad gris con sueños imposibles, yo también elegiría el idealismo frente al cinismo.