Después de todo lo que he aprendido sobre el Romanticismo, me doy cuenta de que, en muchos aspectos, me identifico con esta corriente y me considero una persona muy romántica. En primer lugar, porque no me gusta ser como todos los demás: prefiero ser diferente, pensar de manera única, hacer las cosas a mi propio ritmo y desde mi propia perspectiva.
Para mí, el romanticismo no se limita a cartas, regalos o palabras bonitas; va mucho más allá. Es una forma de ser, de sentir y de pensar. Me encanta sentir profundamente y demostrarlo sin temor. Si algo me duele, lloro. Si algo me hace feliz, río con el alma. Expresar mis emociones con autenticidad es parte de lo que me define, y eso me hace sentir muy conectada con el espíritu romántico.
También creo firmemente que los sentimientos no solo se expresan hacia las personas, sino también hacia las cosas, hacia los animales y hacia todo ser vivo. Me gusta crear conciencia, valorar los pequeños detalles, y sobre todo, amar intensamente a quienes considero que lo merecen. Me esfuerzo por ser una buena persona, por ayudar siempre que puedo, aunque la vida me ha enseñado que a veces la bondad puede ser malinterpretada o aprovechada. Aun así, elijo seguir siendo buena, porque me gusta escuchar, me gusta sentir, y me gusta vivir desde la sensibilidad.
Además, me considero una persona con un fuerte sentido de libertad: libertad para pensar, para sentir, para crear y para expresarme. Siempre trato de luchar por el cambio, de vivir en mi propio mundo sin perder de vista la realidad, intentando ser cada día una mejor versión de mí misma.
Valoro profundamente la naturaleza, los sentimientos y la libertad, elementos que, como aprendimos, son fundamentales en el Romanticismo. Aspiro a vivir de acuerdo con estos ideales, no solo para considerarme una persona romántica en el sentido superficial que a veces se tiene, sino para encarnar verdaderamente ese espíritu apasionado, libre y sensible que define esta forma de ver el mundo. Tal vez aún me falte mucho, pero voy a seguir esforzándome por crecer y mejorar. Me encanta ser una persona romántica.
Para mí, el romanticismo no se limita a cartas, regalos o palabras bonitas; va mucho más allá. Es una forma de ser, de sentir y de pensar. Me encanta sentir profundamente y demostrarlo sin temor. Si algo me duele, lloro. Si algo me hace feliz, río con el alma. Expresar mis emociones con autenticidad es parte de lo que me define, y eso me hace sentir muy conectada con el espíritu romántico.
También creo firmemente que los sentimientos no solo se expresan hacia las personas, sino también hacia las cosas, hacia los animales y hacia todo ser vivo. Me gusta crear conciencia, valorar los pequeños detalles, y sobre todo, amar intensamente a quienes considero que lo merecen. Me esfuerzo por ser una buena persona, por ayudar siempre que puedo, aunque la vida me ha enseñado que a veces la bondad puede ser malinterpretada o aprovechada. Aun así, elijo seguir siendo buena, porque me gusta escuchar, me gusta sentir, y me gusta vivir desde la sensibilidad.
Además, me considero una persona con un fuerte sentido de libertad: libertad para pensar, para sentir, para crear y para expresarme. Siempre trato de luchar por el cambio, de vivir en mi propio mundo sin perder de vista la realidad, intentando ser cada día una mejor versión de mí misma.
Valoro profundamente la naturaleza, los sentimientos y la libertad, elementos que, como aprendimos, son fundamentales en el Romanticismo. Aspiro a vivir de acuerdo con estos ideales, no solo para considerarme una persona romántica en el sentido superficial que a veces se tiene, sino para encarnar verdaderamente ese espíritu apasionado, libre y sensible que define esta forma de ver el mundo. Tal vez aún me falte mucho, pero voy a seguir esforzándome por crecer y mejorar. Me encanta ser una persona romántica.