Creo ser una persona guiada por la bondad y el compromiso con quienes me rodean. Las manifestaciones típicas del amor romántico, como los gestos afectivos o las palabras dulces, no son algo que practique o que me identifique. No soy una persona demostrativa, pero eso no significa que no tenga sentimientos profundos. Simplemente los expreso de otra manera.
El amor que practico es más silencioso pero constante. Es estar presente cuando alguien me necesita, es escuchar, ayudar y cuidar sin esperar nada a cambio. Para mí, eso es amor: el que se da desde la amistad sincera o desde el vínculo familiar. Ese amor que no siempre se ve, pero que se siente fuerte y verdadero. Es un amor que no necesita flores ni cartas, sino tiempo, lealtad y compañía.
Valoro mucho más el amor familiar que el amor pasional. La familia, aunque no perfecta, representa una base emocional que me sostiene. Sí, es cierto que incluso la familia puede fallarte, pero no por eso dejo de creer en ella. No todos traicionan, y por los que no lo hacen, vale la pena seguir apostando. Amar a la familia es aceptar que hay momentos de caos, discusiones, malentendidos, pero también perdón, unión y apoyo incondicional.
Si me preguntan qué estaría dispuesta a hacer por amor, mi respuesta es clara: lo daría todo por mi gente. Incluso si al final quedo con las manos vacías, como dice la frase: “Lo di todo por mi familia, y al final, fui el único que quedó con las manos vacías”. Es una realidad que duele, pero que no me cambia. Seguiría haciéndolo, porque así soy. Mi forma de amar no se mide por lo que recibo, sino por lo que soy capaz de entregar.
También creo que el amor se puede manifestar en los pequeños actos diarios: una llamada para saber cómo estás, una comida preparada con cariño, un silencio compartido cuando no hay palabras. Esos gestos, aunque sencillos, construyen vínculos más profundos que cualquier poema romántico.
No seré romántica en el sentido tradicional, pero sí soy una persona con sentimientos profundos. Creo en los actos más que en las palabras, en la presencia más que en los detalles. Y en un mundo donde a veces todo parece superficial, eso también es una forma valiente de amar.
Amar de esta manera no significa que no haya dolor. A veces, uno se entrega tanto que termina agotado, decepcionado o herido. Pero aun así, vale la pena. Porque el amor sincero nunca se pierde del todo; queda en las acciones, en los recuerdos, en las personas que tocamos con nuestra entrega.
Por eso, aunque no escriba cartas de amor ni haga grandes declaraciones, aunque no crea en los cuentos de hadas ni en las películas románticas, tengo mi propia forma de amar. Una forma que quizás no sea visible a primera vista, pero que es honesta, firme y real. Y eso, para mí, es suficiente.
El amor que practico es más silencioso pero constante. Es estar presente cuando alguien me necesita, es escuchar, ayudar y cuidar sin esperar nada a cambio. Para mí, eso es amor: el que se da desde la amistad sincera o desde el vínculo familiar. Ese amor que no siempre se ve, pero que se siente fuerte y verdadero. Es un amor que no necesita flores ni cartas, sino tiempo, lealtad y compañía.
Valoro mucho más el amor familiar que el amor pasional. La familia, aunque no perfecta, representa una base emocional que me sostiene. Sí, es cierto que incluso la familia puede fallarte, pero no por eso dejo de creer en ella. No todos traicionan, y por los que no lo hacen, vale la pena seguir apostando. Amar a la familia es aceptar que hay momentos de caos, discusiones, malentendidos, pero también perdón, unión y apoyo incondicional.
Si me preguntan qué estaría dispuesta a hacer por amor, mi respuesta es clara: lo daría todo por mi gente. Incluso si al final quedo con las manos vacías, como dice la frase: “Lo di todo por mi familia, y al final, fui el único que quedó con las manos vacías”. Es una realidad que duele, pero que no me cambia. Seguiría haciéndolo, porque así soy. Mi forma de amar no se mide por lo que recibo, sino por lo que soy capaz de entregar.
También creo que el amor se puede manifestar en los pequeños actos diarios: una llamada para saber cómo estás, una comida preparada con cariño, un silencio compartido cuando no hay palabras. Esos gestos, aunque sencillos, construyen vínculos más profundos que cualquier poema romántico.
No seré romántica en el sentido tradicional, pero sí soy una persona con sentimientos profundos. Creo en los actos más que en las palabras, en la presencia más que en los detalles. Y en un mundo donde a veces todo parece superficial, eso también es una forma valiente de amar.
Amar de esta manera no significa que no haya dolor. A veces, uno se entrega tanto que termina agotado, decepcionado o herido. Pero aun así, vale la pena. Porque el amor sincero nunca se pierde del todo; queda en las acciones, en los recuerdos, en las personas que tocamos con nuestra entrega.
Por eso, aunque no escriba cartas de amor ni haga grandes declaraciones, aunque no crea en los cuentos de hadas ni en las películas románticas, tengo mi propia forma de amar. Una forma que quizás no sea visible a primera vista, pero que es honesta, firme y real. Y eso, para mí, es suficiente.