El diagnóstico fisioterapéutico es mucho más que identificar una disfunción del movimiento. Es un proceso profundamente humano, donde el fisioterapeuta se detiene a escuchar, observar y comprender no solo lo que el cuerpo muestra, sino lo que la persona siente. No se trata solo de evaluar músculos, articulaciones o posturas; se trata de conectar con la historia de vida que hay detrás del dolor, la lesión o la limitación. Cada diagnóstico es una construcción conjunta entre el profesional y el paciente, basada en la confianza, el diálogo y el respeto. El diagnóstico se convierte entonces en un proceso colaborativo. Invitamos al paciente a ser parte activa, a compartir sus sensaciones, sus miedos y sus esperanzas. Exploramos juntos el origen del problema, trazando una línea que conecta el síntoma actual con posibles lesiones pasadas, hábitos de vida, incluso factores emocionales que a menudo se entrelazan con el dolor físico. Nuestras manos palpan, evalúan la calidad del tejido, la restricción articular, la debilidad muscular. Pero esa palpación va acompañada de una escucha activa, de una comprensión de que ese músculo tenso no es solo una estructura contracturada, sino quizás la manifestación física de estrés o ansiedad. No todos los dolores se miden en escalas numéricas, y no todas las limitaciones se ven a simple vista. Por eso, el fisioterapeuta necesita desarrollar una mirada clínica e integral, que valore tanto lo físico como lo emocional. El diagnóstico fisioterapéutico reconoce la individualidad de cada paciente. No aplicamos protocolos estrictos, sino que adaptamos nuestra evaluación a sus necesidades específicas, a su ritmo y a su comprensión. Explicamos con claridad nuestros hallazgos, desmitificando el lenguaje técnico y empoderando al paciente con el conocimiento de su propio cuerpo.
Diagnóstico fisioterapéutico
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