La célula es la unidad funcional y estructural más pequeña de los organismos vivos, pero también una de las más complejas, dentro de ella ocurren numerosos procesos bioquímicos que aseguran que cada componente esté en equilibrio y funcione correctamente. Estos mecanismos permiten que la célula se mantenga estable ante los cambios del medio interno y externo y así pueda mantener su correcto funcionamiento, lo que conocemos como homeostasis. Para lograrlo, la célula necesita conservar su estructura, comunicarse con su entorno y gestionar eficientemente la energía que utiliza (Murray et al., 2023).
El trabajo celular está íntimamente relacionado con su organización molecular.
Las proteínas estructurales forman el citoesqueleto, que sostiene la forma celular y facilita el transporte de sustancias. Las proteínas de membrana, como canales y bombas, controlan el paso de iones y moléculas, esenciales para mantener el volumen celular, el pH y los gradientes electroquímicos. Un ejemplo de ello es la bomba sodio-potasio (Na⁺/K⁺-ATPasa), que regula la concentración de iones dentro y fuera de la célula, siendo vital para funciones como la contracción muscular y la conducción nerviosa (Ferrier, 2022).
Además la célula produce energía bioquímica mediante procesos como la glucólisis, el ciclo de Krebs y la cadena respiratoria. Esta energía, en forma de ATP, se utiliza para procesos como el transporte activo, la síntesis de proteínas o la renovación de membranas.
Por ejemplo, las células del túbulo renal utilizan grandes cantidades de ATP para reabsorber sodio y agua, regulando así el equilibrio hidroelectrolítico del cuerpo (Hall, 2023).
Por ejemplo la célula para adaptarse a situaciones de estrés o cambios ambientales, activa mecanismos de señalización y defensa, puede activar la autofagia para degradar y reciclar organelos dañados, o sintetizar proteínas de choque térmico que estabilizan otras proteínas en condiciones adversas. También detecta señales externas mediante receptores, como ocurre en las células beta del páncreas, que responden a un aumento de glucosa en sangre liberando insulina para restablecer los niveles normales.
Entonces podríamos decir que la homeostasis no es un estado estático, sino un equilibrio dinámico mantenido por millones de interacciones bioquímicas coordinadas. Sin estas funciones, las células perderían su integridad, los tejidos dejarían de funcionar correctamente y el organismo se descompensaría.