En mi opinión, el diseño debe priorizar al cliente, pero sin anular la visión del diseñador. No se trata de elegir entre uno u otro, sino de encontrar un equilibrio que beneficie a ambas, asi mismo para que los involucrados se sientan parte del proceso.
Por un lado, es evidente que el cliente es una figura central en cualquier proyecto. Es quien tiene una necesidad específica, quien financia el trabajo y quien, finalmente, utilizará o experimentará el resultado. Si el diseño no cumple con sus expectativas o no responde a sus objetivos, entonces no importa cuán creativo, original o innovador sea: el diseño habrá fallado. El diseño, en esencia, debe ser funcional, comprensible y relevante para quien lo recibe.
Además, muchas veces los clientes no saben exactamente lo que quieren o lo que necesitan. Acuden al diseñador buscando una solución, pero también una guía. Ahí es donde el rol creativo se vuelve esencial: proponer algo que el cliente no había imaginado, pero que termina siendo lo que realmente necesita.
Por eso, el mejor diseño no nace ni de la imposición de una parte, ni de la obediencia ciega. Nace del diálogo. De la escucha activa. De la capacidad del diseñador para entender al cliente, pero también de la confianza del cliente en la visión del diseñador. El éxito está en construir una relación donde se valoren tanto las necesidades como las ideas.
Para finalizar, no creo que debamos diseñar únicamente para nosotros ni únicamente para ellos. El diseño es una conversación constante entre el que crea y el que recibe. Es una colaboración. Diseñar es encontrar ese punto medio en el que el cliente se siente comprendido y el diseñador se siente orgulloso de lo que ha creado.